La muerte, la muerte la vi brotar del suelo y la escuché ayer mientras jugaba con mis perros en el patio. Los perros al parecer la presintieron y me abandonaron con la pelota. De lejos se escuchaba un sonido estridente de cadenas cuando se arrastran. Venía por la carretera como quien lleva una congoja en las espaldas y caminando con pasos cortos, cabizbaja. No miraba a ninguna parte. Vestía una túnica negra toda rasgadas y sus dedos alargados y huesudos. Sentí una ráfaga de frío en mis brazos y mi alrededor se detuvo por varios minutos. En ese momento, solo éramos ella y yo. Volteó su cabeza hacia a mí, me esbozó una leve sonrisa y me hizo un lento saludo militar. Me invitó a ir a donde ella. Fui. Se acercó a mi oreja y me dijo:
-“¿Quieres ver tu último día?”.
-“Para mí cada día que vivo es el último”.
-"Sabio eres, nos vemos de aquí a 54 años fue un placer”
-“Igual”